Las migraciones en la historia
Desconozco los motivos, pero el 29 de julio cada año celebramos la fiesta de Santa Marta, la mujer solícita que junto a sus hermanos Lázaro y María hospedaba con alegría a Jesús en Betania cuando Él peregrinaba desde Galilea hasta Jerusalén. También en esta fecha se celebra la fiesta de la capital del Magdalena en Colombia.
Cuando reviso el calendario encuentro que un día como hoy fue la fundación de esta ciudad y por eso tiene como patrona a la mujer que la iconografía cristiana registra vencedora del dragón infernal.
Nuestra capital caribeña limita con Barranquilla. Ambas urbes de nuestra costa atlántica visité hace unos años acompañando a monseñor Luis Adriano Piedrahita Sandoval, y hasta una crónica que escribí luego, dos veces ha publicado El Mechón.
Registran las redes sociales y denuncia el párrocos de Necoclí, municipio de nuestro Urabá Darién, el drama de las multitudinarias olas de migrantes transcontinentales que por estos días deja estupefactos a los lugareños.
Pero este fenómeno es tan antiguo que se pierde en las marismas anacrónicas de la noche del tiempo. Por eso quedé desconcertado hace algunos días cuando se inauguró la oficina de atención a los migrantes en instalaciones de la parroquia Nuestra Señora del Carmen de Turbo, y la Procuradora de Apartadó en su intervención afirmó que este fenómeno es de reciente aparición en nuestras tierras.
Quise aclarar semejante adefesio pero alguien de mayor prestigio que yo me convenció de que “deje así” porque es mejor sumar adeptos a las causas solidarias que crear aversiones por despejar nieblas del pasado.
Es que nuestras ensenadas son escenarios inmemorables de acopio. En la arrasada Abiayala, este ya era el ombligo del mundo. Aquí confluían ríos humanos desde Alaska hasta La Patagonia trayendo los productos para el trueque continental. Todos venían cargados de lo que tenían en abundancia para cambiarlo por aquello de lo que carecían. Cuentan relatos antiquísimos que, no habiendo conocido el injusto comercio moderno, todo tenía el mismo precio determinado por el peso de las mercancías.
Calumnió el conquistador a los caciques de estos pueblos precolombinos afirmando sin fundamentos que avasallaban a los otros obligándolos a pagar tributos. Ignoraban lo que ahora sabemos: los gobernantes de estas etnias eran sólo facilitadores de un proceso ejemplar donde a todos llegaban los bienes necesarios mediante un sistema emblemático de lo que hoy se llama justicia social o equidad.
Desde siempre nuestros contornos besados por dos mares fueron anfitriones de todos los que aquí llegaban ya sea porque se perdieron y aquí vinieron a escorar o porque eligieron como destino estos parajes. Aquí arribaron, sobrevivientes de naufragios de las embarcaciones españolas que chocaban con los arrecifes de Punta Caribana, los de repente esclavizados hijos de África, que desnudos permanecieron a la deriva mientras eran observados con desconfianza por los aborígenes asustados. Finalmente, viendo que eran enemigos de los invasores, las tribus indígenas los acogieron fundiéndose sus linajes para siempre en una amalgama formidable.
En los tiempos de la fundación de la Muy Noble y Muy Leal Santa Marta, los predios donde hoy se levanta ufana La Puerta de Oro de Colombia eran unos chungales tan inhóspitos que los españoles dejaban libres a quienes hasta esos sitios se escapaban. Éste es el origen de una de las maravillas de la civilización actual del Caribe. Todo el que llegue es bienvenido.
Entonces podemos afirmar que todo nuestros Caribe colombiano es una Barranquilla de puertas abiertas.
Por eso duele que hoy los gobernantes, ignorando la idiosincrasia y las identidades de quienes poblanos estos litorales, nos quieran cambiar el chip primigenio, para igualarnos con las mezquindades heredadas de mentes avaras que todo lo acaparan dejando sin sustento a las mayorías cada vez más empobrecidas por la globalización de las economías neoliberales que arrasan con todo a su paso.
En las fiestas de la hospitalidad cantemos nuestros ritmos tropicales en cuyos moldes está vertida nuestra filosofía de la vida, y en la que todos somos objeto de festejo:
“¿A quién se le canta aquí
A quién se le dan las gracias
A los que vienen de afuera
O a los dueños de la casa?”
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