Gobiernos nefastos
La insatisfacción del pueblo colombiano en todos los escenarios públicos es una realidad inverosímil, hasta el punto en que la ciudadanía no aguanta un tirano más.
Si bien es cierto que, Colombia es un Estado social y democrático de derechos, donde existe la división de poderes, en la institucionalidad es donde se soporta la estructura de la nación. A menos esto proclama nuestra carta magna de 1991. Pero la realidad que se vislumbra con desgarro son los avatares de un sistema que profesa políticas anárquicas. El país de los cien años de soledad.
La situación actual del país es aterradora, inerme y preocupante; porque en mitad de la crisis social no tenemos la más mínima esperanza de salir a flote, gran parte de la sociedad civil está desprotegida, las garantías constitucionales quedan en las líneas de la constitución política, mas no en la satisfacción y materialización de los derechos de la ciudadanía. Indicativos que se reflejan en la rama judicial. Quizás por estos días el desasosiego más relevante es el derecho de las víctimas, parece que ellos son los condenados perpetuos de una justicia que es manejada por el ejecutivo. Pareciese entonces que, la división de poderes es controlada en lo absoluto por la suprema autoridad administrativa.
Los poderes de un Estado moderno y vanguardista son para proteger a sus conciudadanos de manera irrestricta, permitiéndoles a los más vulnerables el acceso a todas las instituciones del país sin excepción alguna; pero, los gobiernos escogen a quien priorizar en sus atenciones porque el estándar más significativo de ellos es el trafico de influencias. Eso pasa desde la Guajira a la Amazonia, desde Vichada hasta el Valle del Cauca, llegando a San Andrés Islas, Providencia y Santa Catalina. Y todos sus alrededores.
Socavan la nación, toman el erario público para robustecer sus negocios privados, negocian con la seguridad social, con los aportes de las pensiones, con el pago de los impuestos. Sin bastarles con eso tratan con acento peyorativo al que nos produce los alimentos, se nos hurtan el presupuesto de la educación, el alimento de los niños. Pare de contar.
Son innumerables los atropellos de la fuerza pública, casos que quedan impunes con las votaciones negativas dentro del parlamento, quienes hacen oposición quedan con caras desoladas por las afrentas y burlas que son sometidos junto a las víctimas de un conflicto armado que no cesa. Los altos mandos militares y ministros siempre se salen con la suya en los debates de control político en la hipótesis de una figura llamada moción de censura. Esto no es más que una desfachatez hacia las víctimas.
A los últimos gobiernos no les ha interesado el clamor, las penumbras, la inclemencia, la barbarie y la indignidad en que es sometido un colectivo social que solo busca la verdad, perdón, justicia, reparación y no repetición a los vejámenes que han sido sometidos por décadas. En términos generales, a las víctimas las revictimizan y le es socavada su dignidad por un sistema arcaico e inquisidor, la sed de venganza les frota como manantial.
Quien sopesa la carga de un Estado democrático es su institucionalidad, en ella recae la estabilidad de los ciudadanos, acorde a su robustecido sistema político, jurídico, económico, militar, policial, entes de control… Pero estas políticas de Estado parecen ser subyacentes para los desprotegidos de la nación. El acceso real a cada una de estas entidades se vuelve una odisea para la población de escasos recursos económicos; más, cuando los gobiernos son opresores.
Haciendo alusión al segundo significado de la palabra lujuria. Exceso o abundancia de cosas que estimulan o excitan los sentidos. Decía que la civilización era la ciudad y la ciudad es la riqueza, la abundancia, la vida superflua, lujo y lujuria".
Así viven los del estado mayor, la “gente de bien”, no son más que esclavos de un sistema de Gobiernos nefastos.
Colombia solo quiere un cambio de pensamiento y actuar de los gobernantes para con su población, acá no se quiere nada regalado, solo queremos que las víctimas sean tratadas de manera digna y significativa. Todos somos una parte minúscula del Estado y sumados todos somos el Estado en sí.
Las garantías, deberes y derechos son constitucionales, no es invento de quienes lo exigen. Esto es ERGA OMNES.
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